Menu Close

Mi Verdad

Por Judy Krasna, Directora Ejecutiva F.E.A.S.T.
Traducido por Natalie Manqui

La semana pasada, una organización a la que sigo en Facebook volvió a publicar las 9 Verdades Acerca de los Trastornos Alimentarios. En los comentarios, hubo resistencia a la Verdad #2: Las familias no son de culpar y pueden ser los mejores aliados de pacientes y proveedores en eltratamiento.

Los que comentaron estaban enojados de que hubiese una afirmación generalizada que no culpara a los padres, ya que ellos sentían que sus propios padres habían jugado un papel significativo en el desarrollo de su trastorno alimentario. Esto tocó un nervio muy personal y sensible para ellos, y su reacción a la afirmación de que los padres no causan los trastornos alimentarios fue furiosa.

Leí sus comentarios con desconcierto. En primer lugar, lamento su experiencia. No puedo imaginar cómo debe haber sido crecer en un ambiente abusivo o vivir con una enfermedad tan horrible como lo es un trastorno alimentario sin el apoyo de una familia. No puedo discutir en contra de la verdad de otra persona. De hecho, no quisiera hacerlo. Respeto su verdad, y comprendo su deseo y motivación de pelear en contra de una declaración que no representa su verdad.

El tema es que, yo también tengo una verdad. Mi verdad es que pienso que la culpabilización de los padres contribuyó de alguna manera en la muerte de mi hija. Por lo tanto, cuando veo a personas rechazar una declaración que expresa que los padres no causan los trastornos alimentarios, simplemente no puedo dejarlo ir.

No soy del tipo de persona que deja comentarios negativos en las publicaciones de otros. En principio, intento no involucrarme en ningún drama de cualquier tipo. Sin embargo, como cabeza de F.E.A.S.T., y como una madre que ha pagado el peor precio de todos debido a la culpabilización de los padres, no puedo dejar que estos comentarios se emitan sin reaccionar a ellos públicamente. Por tanto, dejé un comentario propio, sabiendo que me estaba dejando frente a una puerta de crítica y negatividad.

Sabemos que cuando se trata de trastornos alimentarios (y cualquier otra enfermedad), la intervención temprana y tratamiento efectivo son factores clave para resultados positivos. Esto significa que el período inmediato luego del diagnóstico es crítico para conseguir un tratamiento adecuado si es que queremos que la persona tenga la mayor posibilidad de recuperación. Desafortunadamente para nosotros, my hija recibió el peor tratamiento posible durante ese período, lo cual dio a su trastorno alimentario la habilidad para atrincherarse de manera tan profunda dentro de ella, que demostró ser imposible de arrancar.

Desde el día uno de tratamiento, hubo un intento de separarnos de nuestra hija. No era algo que pude definir en un principio, simplemente era un sentimiento muy incómodo de que su equipo de tratamiento estaba intentando mantenerla alejada de nosotros. Esto genuinamente me extrañó, porque éramos una familia cercana, y sabía que ella necesitaba nuestro amor y apoyo mientras le peleaba a su trastorno alimentario.

En vez de visualizar a nuestra familia como una ventaja, su equipo de tratamiento nos percibió como una carga.

Mi hija me dijo algunas de las cosas que decían acerca de nosotros durante sus sesiones, intentando que ella se abriera con respecto a problemas familiares que no existían; igualmente, ella no podía entender por qué buscaban generar una división entre nosotros. La implicancia – bastante evidente- era que debía haber algo malo en nuestra familia para que nuestra hija desarrollara un trastorno alimentario; y que si no podían encontrar esta causa dentro de nuestra familia, entonces no la podían tratar.

En efecto, su equipo de tratamiento estaba tan obsesionado con encontrar la causa primaria del trastorno alimentario de mi hija -que estaban convencidos yacía dentro de nuestra familia-, que en realidad no la trataron. Se enfermó cada vez más, y ellos estaban demasiado ocupados culpándonos para darse cuenta de ello. Perdimos tiempo valioso y territorio irrecuperable frente a su trastorno alimentario. Y, a pesar de que luego encontramos mucho mejor tratamiento, el daño estaba hecho. Demostró ser irreversible.

Durante un feriado de escuela, se nos dijo que trajéramos a todos nuestro hijos a una sesión de “terapia familiar”. Nos sentamos en la oficina del director de la unidad residencial, con nuestras
sillas en un círculo mirándonos de frente, y se nos pidió a todos contestar a la pregunta: “¿Qué piensas que hiciste que pudo haber causado el trastorno alimentario de Gavriella?”

Sutil, ¿no?

Esa experiencia dañó de manera significativa a mis otros hijos y los limitó en buscar terapia para sí mismos por muchos años. Estaban demasiado traumatizados por haber sido culpados por la
enfermedad de su hermana, y por la asociación entre esa culpa y la terapia.

A mi marido y a mí se nos dijo que nuestra hija desarrolló un trastorno alimentario porque éramos demasiado gordos. A otros padres se les ha dicho que su hijo desarrolló un trastorno alimentario porque eran demasiado delgados. Pareciera ser que la culpabilización era indiscriminada; el terapeuta simplemente quería determinar una culpa como fuera. Por mucho que lo intente, no puedo imaginar qué propósito sirve esa culpa.

Necesitábamos ser empoderados como padres, y la culpa nos debilitó. En vez de entregarnos la información y las habilidades que necesitábamos para ayudar a nuestra hija, su equipo de tratamiento la alejó de nosotros; aunque no tenían ni una pizca de sospecha razonable, estaban entrenados en que nosotros debíamos ser culpables de causar su trastorno alimentario, porque los padres causan los trastornos alimentarios.

No puedo evitar pensar en cómo las cosas podrían haber sido diferentes si es que se nos hubiese visto como un recurso valioso y aliados en el tratamiento de nuestra hija, en vez de haber sido
percibidos como un enemigo. ¿Habría cambiado el resultado si mi hija hubiese recibido tratamiento basado en la evidencia y no en la culpabilización de los padres? A lo menos, creo que la trayectoria de su trastorno alimentario hubiese tomado un camino diferente. Soy firme acerca de la necesidad de defender Verdad #2 a toda costa. Las familias no son de culpar y pueden ser los mejores aliados de pacientes y profesionales en el tratamiento. Si el equipo de tratamiento de mi hija hubiese creído esta verdad, ella pudiese haber tenido una real oportunidad para recuperarse, y la tragedia de su muerte podría haber sido prevenida. Esa es mi verdad.

2 Comments

  1. Cipatli

    A nosotros nos pasó lo mismo, nos culparon y alejaron y lo más triste es que viniendo de una “súper experta” afortunadamente nuestro “sexto sentido” de padres aunado a nuestras bases científicas nos uso buscar otro tipo de ayuda saber que los padres son claves para la recuperación y después volverse expertos para ayudar a otros

  2. María Musi

    Gracias Cipatli y que fuerte y contundente la experiencia de Judy a quien respeto de hace muchos años. La muerte de su hija es una tragedia que se pudo evitar.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *